Ya sale el tren.

Me encantaría compartir con todo el mundo lo que más me gusta hacer, nunca lo he hecho y por supuesto da un miedo horrible pero ya se sabe que con miedo nunca ha llegado nadie a ninguna parte. Os pido que me déis tantas opiniones como queráis y podáis porque lo que pretendo es mejorar lo que hago y saber qué les parece a los demás y ¡si habría alguna posibilidad de que en un futuro alguien me publicara algo!


Gracias por vuestra ayuda, a ver si con suerte este es el primer paso de muchos hacia dedicarme a escribir.

martes, 17 de mayo de 2011

DIARIOS DE LA LOCURA TRANSITORIA

Esto pretende ser una serie de relatos, aquí va el primero:

INTIMIDAD:

Enseguida entenderán, dejen que les cuente. Yo, como mucha gente, tengo un novio. Al principio todo iba bien, no teníamos problemas de ningún tipo y nos encontrábamos en una elongada y perfecta fase idílica de felicidad infinita (ya saben, de esa que duran un año como máximo) e, inmersos ya ambos en tal estado, no pude por menos que comenzar a elucubrar las inclemencias que podrían pasarnos (y que sin duda nos pasarían) si yo no me prevenía a tiempo.

No me pregunten cuándo exactamente pero decidí que, para evitar posibles fugas de miembros de la unidad familiar, libertades desmesuradas y/u otros incidentes similares, debía hacer cada día más clara mi presencia en la morada de mi susodicho novio. Concebí entonces la sin duda acertada idea de comenzar a dejar mis efectos personales por toda su casa.

Como sabrán, en estos casos, de extremada delicadeza, hay que saber dosificar para no exagerar en el intento y para no levantar las sospechas del sujeto al que queremos arrebatar ese molesto libre albedrío que podría llevarle a interesarse por otros sujetos fuera del núcleo familiar o pareja. Lo cual, obviamente, no se puede consentir. Con el fin de ser discreta entonces, comencé a colocar mis objetos en los lugares cotidianos de la casa de mi novio: mi propio champú, mi cepillo de dientes, mi secador de pelo en el baño, algo de ropa en su habitación, productos desnatados en la nevera y procuré llenar el salón de mis popurrís preferidos para que el olor que desprendieran impregnara la casa de forma que, simbólicamente (no vayan a creer que estoy majara) mi novio estuviera impregnado prácticamente de mis propios efluvios.

Funcionó. Lo sé porque él, inteligente, sabiéndose víctima de mis redes de hembra embriagadora intentó resistirse un par de veces, por supuesto, sin éxito. Cuanto más se quejaba él de mi prontitud en llenar su casa con objetos sacados de la mía, más cosas esparcía yo. Lo tenía embelesado con mis bondades de mujer, sin duda, y cuando él intentaba quejarse porque tanta embriaguez, tanto enamoramiento, tanta unión y tanta complicidad le asustaban, yo le decía que no se preocupara, que yo sentía lo mismo y luego, para celebrarlo, procuraba añadir un objeto más a la lista de cosas mías que a estas alturas tenía ya en su casa.

No me negarán, que con tanta felicidad que compartíamos, a cualquiera le sorprendería verse excluida de repente de los planes que mi sujeto-novio hacía con los que llamaba “sus” amigos. Como si ese “sus” que a veces subrayaba con su tono no significara para mí una dolorosa demarcación de su territorio. ¡Qué tendrán los hombres que parece que necesiten mear al rededor de su casa para que las mujeres no puedan pasar de cierto punto misterioso que les hace pensar en el compromiso como si la unión total de dos personas no fuera siempre una bendición divina! Sobre todo si entre esas personas, se encuentra una mujer como yo, claro está.

Se pueden imaginar como me sentí el día que me enteré, no de su boca, no, sino cuando lo miré en su agenda y lo comprobé después con sus e mails, de que se iba de viaje la semana siguiente con tres de sus mejores amigos. Y yo, ¿qué iba a hacer? Llamé rápidamente al hotel, me reservé una plaza para mí, cosa que mi amor había olvidado, con el consiguiente desprecio que sentí a causa de tamaño despiste.

Me di cuenta entonces de que tenía que ganar terreno con sus amigos. Me había concentrado en su espacio pero no había tenido en cuenta para nada algo que ahora les trasmito sabiamente: los amigos de un hombre tienen que ser conquistados a la vez que el hombre, de lo contrario el sujeto-novio se te escapará. Sin duda, este es el fallo que yo cometí y que intentaré enseñar a otras mujeres que no cometan.

Cuando me di por tanto, cuenta de mi error, decidí subsanarlo lo antes posible, así que fui a ese susodicho viaje, procuré que todos nos divirtiéramos y sutil y astutamente coloqué algunos objetos míos en las maletas de sus amigos. Eso provocó que todos ellos me llamaran para devolvérmelos cuanto antes, lo cual me dió la excusa perfecta para personarme en su casa, conocer, en su caso, su entorno y a sus novias y comenzar a hacerme un hueco en sus ambientes.

Tras ver los primeros resultados de mi idea me di cuenta de que debía llevarla a cabo con más atino y de forma menos sutil para que sus efectos fueran inmediatos a la par que provechosos. Busqué primero un objeto personal, lo suficientemente personal para que supusiera una importante presencia propia en casas ajenas, fácil de manejar y de esconder hasta que se descubriera y numeroso y tras larga meditación decidí esparcir mis braguitas por las casas de todos los amigos de mi novio.

No crean que me fue fácil. Algunas personas tienen problemas para lograr dejar entrar en su vida a otras, sobre todo si no las conocen bien, y tienen muchos problemas para llegar a intimar con aquellos que desean una intimidad profunda y verdadera. Así que en algunas ocasiones tuve que insistir llevando mis bragas una y otra vez y escondiéndolas una y otra vez en las casas de cada uno de los sujetos a intimidar, ya saben, a hacerlo más íntimo. En algunas ocasiones tuve que oír grandes quejas porque muchos hombres se sienten atacados cuando se les habla de compromiso, pero pronto entendieron que no me rendiría, que conseguiría su amistad de una forma u otra. Y así fui llenando las casas de los amigos de mi novio con bragas en sus cajones. Y cuando hube acabado me encargué también de la casa de mis suegros y de los mejores amigos de estos. De forma que al cabo de unos seis o siete meses yo formaba ya parte indiscutible de la vida personal de mi novio de forma irreversible.

Todo iba tal como yo lo había planeado hasta que un día, y por alguna razón que aún me resulta incomprensible, me encontré con una montaña de bragas en la puerta de mi casa, bueno, en la de la casa de mi novio, a la que me había mudado ya hacía unos meses, por vigilar las bragas.

Imaginen mi tremenda decepción cuando me vi rechazada de bragas. Algún enemigo había saboteado toda la intimidad que yo poseía, todo el compromiso que había adquirido con la vida personal y finalmente profesional (tuve que ir a su trabajo a llenar un cajón o dos con algunas de mis intimidades) de mi novio.

Tuve que cancelar mis compromisos de aquella mañana y ponerme manos a la obra para rehacer la tarea que me había costado meses. Si ya es una afrenta sin parangón que el mismo día que no encuentras por ningún sitio a tu novio te encuentres en la puerta de tu casa una montaña de tus propias bragas, imagínense si al día siguiente, después del duro trabajo de reponer la intimidad en cada uno de los rincones de las casas de familiares, amigos y jefes que se habían conquistado con tanto esfuerzo aparece delante de tu casa, la misma montaña de bragas, esta vez ardiendo.

En esas estaba yo, con un horrible pesar que no podía compartir con mi persona más querida porque por más que lo intento no responde a ningún teléfono ni se encuentra en ninguno de los lugares en los que yo le permito estar cuando unos simpáticos señores, tan simpáticos que decidí meterles un par de braguitas mías en sus bolsillos, me trajeron hasta aquí, ante ustedes, hablando de acoso, pero yo nunca me he sentido acosada y esto no es necesario aunque entiendo que el cariño que mi novio me profesa le haya llevado a preocuparse por mí en exceso porque solo un loco va recogiendo bragas de cada una de las casas de todos los familiares, amigos y compañeros de trabajo del novio de una persona para juntarlas todas en una montaña y quemarlas. Solo un loco. Pero no se preocupen por nada. Asusta un poco que exista un hombre así pero mi novio sabrá defenderme y acudiremos a ustedes en caso de que haya algún problema grave de nuevo. No sé muy bien por qué siguen mencionando lo del acoso, porque aunque me encuentre un poco desconsolada, me siento bien y no tengo intención de acusar a nadie, un desliz puede tenerlo cualquiera.